No duermas para descansar, duerme para soñar, porque los sueños están para cumplirse.

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El travieso comité de los sueños siameses


23 de abril de 2012, hasta entonces, un lunes como cualquier otro. Suena el despertador a las 7.20, él y su dichosa puntualidad y a pesar de ello me hace llegar tarde. Me hago un poco la remolona hasta que después de múltiples esfuerzos consigo quedarme sentada en la cama, más dormida que despierta. Siento un ligero mareo, como si toda la habitación girara a mi alrededor y con ella todo mi mundo: tengo que levantarme pronto, hacer la práctica de Marketing (que como siempre había dejado hasta el último momento), una ducha rápida y coger el bus. A pesar del cúmulo de pensamientos desordenados en mi cabeza, hay algo diferente en ese lunes. Me llegan a la mente escasos fragmentos del sueño de anoche y del que solo recuerdo una casa color azul cielo con la pintura descolchada, la brisa y el olor a mar y un estado de felicidad plena. Si, he vuelto a soñar contigo. Dejo que la ducha fría se lleve mi estado de somnolencia y parte de mis ojeras consigo. Poco a poco llego a un estado de lucidez y consigo recomponer los fotogramas de la película que mi subconsciente ha querido inventar para mi esta noche:

Era un día nublado, y las gotas descomponiéndose en el cristal eran preludio de la fuerte tormenta que se avecinaba. Pero, a pesar de ello hacía buena temperatura. Dos amigas y yo, viajábamos en el autobús camino al acontecimiento que llevábamos esperando desde hacía tanto tiempo, la competición de baile más importante a nivel mundial. Era tan real, que creía estar sintiendo realmente los nervios en el estómago. Después de un largo viaje, llegamos a un pequeño pueblo pesquero donde nos alojaríamos hasta que terminara la competición. Era como estar dentro de una postal.



Llaman a la puerta, es mamá que ya está listo el desayuno (si no fuera por ella, no llegaría ninguna mañana a clase a tiempo). Un café rápido, un par de bocados a las tostadas recién hechas y corriendo a coger el autobús que probablemente me tendrá diez largos minutos esperando, por suerte es primavera y el frío invernal de las primeras horas de la mañana se ha ido con él. Sentada en el autobús, busco la droga sin la cual no sabría vivir, mi compañera de viaje, la música… ¿Cómo puede ser que unas cuantas notas musicales y una buena voz creen tanta adicción? Me pongo los cascos y pongo las canciones en modo aleatorio, dejaré que me sorprenda. Casualmente, suena una de las muchas canciones que me recuerdan a ti. Sonrío y como un flashback, vuelvo a recordar…

Primer ensayo para el campeonato, nerviosas entramos al plató. Todo el mundo anda como loco, hay cables y gente con micrófonos por todas partes y entre toda la confusión me choco sin querer con uno de los organizadores del concurso que iba cargado con un montón de papeles. Muerta de la vergüenza sentía como mis mofletes enrojecían más y más. Le ayudé a recoger a toda prisa avergonzada con las risas de fondo de mis amigas, cuando el chico puso la mano sobre mi y con una sonrisa dijo “No te preocupes, no es nada”, levanté la cabeza y todo se paró durante un instante, los cámaras dejaron de correr de un lado a otro, dejaron de oirse las pruebas de sonido y la risa a carcajadas de mis amigas. A simple vista era un chico normal, con el pelo alborotado y dos lunares a cada lado de la nariz que le daban un aspecto de ternura. Llevaba unos pantalones vaqueros oscuros y una camiseta verde que combinaba a la perfección con el moreno de su piel.
No se como explicarlo, ni yo era yo ni tú eras tú, pero sé que éramos nosotros…




8.40, llega mi parada, sin mucho entusiasmo y con mi compañera inseparable de viaje, comienzo a caminar hasta mi facultad. No tengo clase hasta las 10 por lo que como todas las mañanas, me voy a la biblioteca a hacer tiempo hasta que sea la hora de entrar. Busco en el móvil una de nuestras bandas sonoras particulares. Hoy tengo ganas de ti. Envuelta entre las palabras de Emmanuel Moire, los fotogramas comienzan a proyectarse de nuevo…

Poco a poco, iba avanzando la semana y el día de la competición estaba cada vez más cerca. Ya andábamos por el plató como si estuviéramos en nuestra propia casa y amenizamos con los cámaras, especialistas de sonido y organizadores en general del campeonato, entre ellos el chico del pelo alborotado causante de mi rojez cada vez que pasaba por mi lado. Cogimos mucha confianza ya que pasábamos casi todo el día juntos entre ensayos y pruebas de luces y de sonido. No me explicaba como un chico tan normal y corriente a vista de todos me podía volver tan sumamente idiota con una de sus sonrisas. Era como si hubiera formado parte de mi vida desde siempre, y le encantaba hacerme reir con sus tonterías. Mi idiotez aumentaba por momentos.
Era como mi medio limón…


10 de la mañana, a primera marketing y después fundamentos de la comunicación y de la información preparando y organizando los últimos matices a las esperadas fiestas de la facultad. Cojo el móvil y mira a ver si has dado señales de vida. Son las 11, todavía es pronto para que tú seas persona. Aun así comienzo a escribir para darte los buenos días y recordarte lo muchísimo que te quiero, pero prefiero dejarte dormir, creo que aguantaré hasta que te vea a las 3.
Llego a casa y mamá ya tiene la comida lista para que me de tiempo a descansar antes de bajar a la biblioteca. Llegan las 3 y cuatro paradas después de la mía, por fin, te veo a través de la ventanilla. Esos dos lunares que me encantan… No sabes el efecto que causas en mí…

Llega el día del campeonato y tras una jugarreta por parte de otro grupo, quedamos descalificadas por “copiar una coreografía” cuando realmente había sido lo contrario. Muerta de rabia me tiré hacia una de las participantes del grupo y le dí un puñetazo en el ojo con toda la fuerza que me da de si el brazo. Todas las miradas están sobre mí, el presentador, el resto de participantes, mis amigas, pero la mirada que peor me hizo sentir fue la del chico con el pelo alborotado. Dejó de hablarme durante un par de días (que para mi, fueron meses) hasta que tuve el valor de ir a su oficina y explicarle lo que había pasado. A medida que iba contando mi relato notaba como su mirada y su expresión se enfriaban con cada una de mis palabras, y la sonrisa que hacían crecer mariposas en mi estómago, había desaparecido por completo. Terminé de contarle todo y cuando me quise dar cuenta una lágrima recorría esos mofletes que tantas veces él había hecho sonrojar. Estaba apunto de darme la vuelta y darlo todo por perdido cuando me llamó por mi nombre. Giré la mirada y ahí estaba de nuevo, ese chico del pelo alborotado, con dos lunares uno a cada lado de la nariz y esa expresión de ternura que me enamoró desde el primer día que le vi. “Confío en ti, después de todo… ¿Quién te va a conocer mejor que yo? Se acercó a mi, me limpió las lágrimas de la cara y me dio uno de sus abrazos que tanto me gustaban y cuando me quise dar cuenta, sus labios y los míos, eran uno.

















"Si has construido un castillo en el aire, no has perdido el tiempo, es allí donde debería estar. Ahora debes construir los cimientos debajo de él"
George Bernard Shaw

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